Columna publicada en El Libero, el 16 de septiembre de 2022.
Por Alejandra Saelzer.
Dados los acontecimientos más recientes, la celebración de las fiestas patrias tienen un sabor distinto. La aplastante victoria del Rechazo en el plebiscito constitucional se levantó contra una Convención que se abrió con una falta de respeto a nuestro himno nacional y se cerró con un insulto a la bandera. Así, aflora el patriotismo y el amor a la patria. Pero, ¿qué implica este?
Mario Góngora ve el patriotismo como un exceso de sentimentalismo sin racionalidad. “En Chile –escribe– somos esencialmente patriotas: tenemos la furia del patriotismo, que es una de las tantas enfermedades heroicas que sufren los pueblos jóvenes, sin tradiciones, con un pasado nuevo y que todo lo aguarda de su propia fuerza, de su virilidad”.
El patriotismo, sin embargo, puede ser entendido de otra manera. No como el vicio de amar irracionalmente, sino un amor a aquello que se conoce y se valora; no meramente porque es nuestro, sino porque en algún sentido somos nosotros; la patria nos engendró —de ahí nuestro agradecimiento—, y exige de nosotros poner todas nuestras fuerzas en su desarrollo y florecimiento. Ahora bien, eso vuelve tan importante el concepto de tradición porque para pertenecer hay que conocer y lo conocido se vuelca en nuestra historia, que bien vendría siendo la entrega (traditio) de una generación a otra de la sabiduría acumulada hasta ese momento.
De forma similar a como malentendemos patriotismo, hoy la tradición puede ser considerada “un mero sentimiento romántico de dudoso valor afectivo en la vida de individuos y pueblos, y que sólo se limita a evocar, o, si se quiere, a soñar, las glorias de un pasado que ya no ha de volver”. Así lo señala el filósofo chileno Osvaldo Lira, según se recoge en Obras Completas. Pero tradición, según Lira, “es la metafísica de las naciones”, los “valores análogos a nuestra identidad personal” extrapolados a una nación; es aquella la historia de la patria, que trasciende a los límites de espacio y tiempo y que por ello mismo crea comunidad, entre muertos, vivos y por nacer.
Nuestra pertenencia a la patria es algo grande. El pertenecer humano es uno interior, que se arraiga desde las potencias anímicas de conocer y querer. Patriotismo, pues, es pertenecer humanamente a una patria.
El pertenecer humano significa avanzar acumulando y no sustituyendo, haciendo propio lo conocido e integrándolo en la interioridad de cada hombre. No se puede separar a la persona humana respecto de la nación, volviéndose historia y tradición parte de los valores de la nación y fundamento de esa alma nacional.
Los países son entes esencialmente históricos, de modo que su existencia como un todo sólo existe en la conciencia de los hombres que la conforman. De ahí que sea fundamental conocer la historia. Nuestra pertenencia a la patria no es comparable a la pertenencia a un equipo de fútbol. Es un sentirse comprometido con un ideal común –en el que cabe una multiculturalidad–; es amarla verdaderamente.
Siendo así, es fundamental conocer nuestra historia, sin cercenarla al gusto de la ideología. No comenzamos a ser patria en el momento de la Independencia; no comenzó nuestra identidad nacional con ideologías foráneas decimonónicas. Néstor Meza explica que el concepto “patria” comienza a utilizarse en el siglo XVII para referirse a los distintos reinos dentro de un mismo imperio. El mismo argumento puede verse en el historiador inglés John Elliott, recientemente fallecido. Isabel Cruz, por su parte, se ha detenido a mostrar que en el comienzo de la república los diversos mecanismos artísticos fueron prácticamente calcados de las tradiciones indianas. Lo mismo ha hecho Bernardino Bravo para el caso del Estado.
Osvaldo Lira dice: “Podemos captar mucho mejor nuestra riqueza espiritual si no renegamos nuestro pasado. Podemos entender que lo que significó la independencia para nuestro pueblo no fue su nacimiento, sino su mayoría de edad, lo que es muy distinto”. Conmemoramos hoy nuestro paso a la adultez, el nacer de esa incipiente semilla de autogobierno e independencia, ya que Chile y chilenos, patria y patriotas, existían mucho antes de aquella Primera Junta.
Al contar la historia larga, agudos pensadores chilenos han puesto en el Barroco el ethos de nuestro ser histórico y nuestra tradición. Particularmente notables son las reflexiones de Pedro Morandé, Isabel Cruz, Carlos Cousiño o Lucía Invernizzi, quienes nos hablan del sincretismo cultural como fuente vital de identidad nacional.
Conocer nuestra historia nacional es un requisito indispensable para amarla verdaderamente. San Agustín anota que el conocimiento se dirige al amor. “No hay verdadero amor a la patria si se la desconoce en su vida pretérita o, en otras palabras, si se menosprecia su historia”, asegura Osvaldo Lira. De ahí que si conocemos la historia podremos realmente sentirnos comprometidos con un ideal común como lo es la patria.
En este mes de septiembre conmemoramos nuestra mayoría de edad, y no sobra recordar que no tuvimos una Constitución estable hasta que dejamos de copiar constituciones ajenas y dirigimos nuestra mirada hacia nuestra propia identidad nacional. Con miras a la redacción de una nueva Carta Fundamental, no haríamos mal en volver nuestros ojos sobre nuestro siglo decisivo, el XVII, no para volver a él, sino para acopiar de ánimos el espíritu, dirigirnos con esperanza hacia el porvenir.
La idea propagandística que envolvió la propuesta de una nueva Constitución fue la de escribir sobre una hoja en blanco. Demostró ser –y así lo percibió el alma de Chile– una idea dañina y sumamente peligrosa. No podemos renegar nuestro pasado como hombres ni como nación: somos seres biográficos e históricos, condicionados por el tiempo y el espacio, y por ello debemos avanzar incluyendo no sustituyendo. La tarea debe aspirar a la unión y conservación de la tradición, no a una imposición de ideas nuevas bajo el desconocimiento de la tradición y el pasado, lo cual está sucediendo bajo el pretexto de “descolonización”. Somos producto del mestizaje y el sincretismo y debemos estar orgullosos de ello. Lo que tantos chilenos salieron a celebrar la noche del 4 de septiembre fue el rechazo a un desconocimiento del pasado, y el apruebo a un futuro con conocimiento pretérito. Esto nos deja una enorme tarea por hacer.
No existe el “borrón y cuenta nueva” en lo que se refiere a la patria, por su íntima relación con la tradición y el espíritu de la nación; de lo contrario el patriotismo se vuelve un defecto heroico de pueblos nuevos sin tradición: “una nación sin conciencia del pasado se entrega a todas las utopías o vive simplemente al día”.
Ser chileno implica mucho más que un “¡Viva Chile!” durante el dieciocho o un partido de la Roja. Implica un conocimiento y entendimiento de la historia para conocer nuestra tradición y que nuestro amor sea una gratitud que surja del conocimiento, y no un patrioterismo derivado de la irreflexión.
¡Felices Fiestas!