Cuando hablamos de Gonzalo Vial...

Cuando hablamos de Gonzalo Vial...

Ensayo publicado en El Libero, el 30 de octubre de 2021.
Por Alejandro Cifuentes.


Hoy, sábado 30 de octubre de 2021, conmemoramos el decimosegundo aniversario de la muerte de Gonzalo Vial. Generalmente recordado por su labor de historiador, Vial pasó a formar parte de la tradición intelectual de este país bajo el rótulo de historiador conservador. Esta etiqueta, sin embargo, al igual que la mayoría de las etiquetas, está muy lejos de hacerle justicia a su vida y su obra. Antes bien, parece buscar encasillarlo en una cierta categoría vetusta, en desuso, que brillaría por su dogmatismo, en el peor sentido de la palabra. Su misma vida es la mejor apología para desmontar la caricatura.

Los orígenes de una vocación multifacética

Nació el 29 de agosto de 1930. Criado en el seno de una familia acogedora, sencilla y de gran corazón, que supo plasmar en él estas mismas características desde ya muy temprana edad, marcando una huella igual de determinante que la agudeza intelectual que heredó de su padre, y la profunda piedad que recibió a través su madre. Entró al Colegio de los Sagrados Corazones de Santiago, donde recibió su educación básica y media. Sucedió, entonces, que a la par que recibía esta educación, conoció también a su maestro: Jaime Eyzaguirre.

Unidos por el amor a la historia, y aún más por su fe, Eyzaguirre y Vial forjaron una amistad que superaba aún la relación maestro-discípulo. Tanto así que Vial no se entiende sin Eyzaguirre. Donde se hace más patente esta influencia es, quizás, en la concepción de historia.

En Eyzaguirre, la vocación a la historia responde a fines superiores; para él es más importante el sentido de la historia que la historia misma. Así, a la luz de su fe, logra dilucidar siempre un sentido muy profundo en aquello que subyace debajo de los hechos históricos. Y guiado por ese sentido, da razón de todas las demás aristas de su vida. De este modo, forma también un pensamiento social muy rico, se dedica con especial cariño a la docencia, trata acerca de teoría política… Todo siempre desde la luz integradora que es para él la fe católica.

En Vial vemos también esta concepción de la historia, y en general de la humanidad, como el motor que lo llevó a hacer todo lo que hizo: ser historiador, abogado, periodista, político, docente, decano, y miembro fundador de la Fundación Educacional Lo Barnechea… Su biografía puede llegar a ser abrumadora por la cantidad de flancos que mantuvo abiertos. Más si se mira su carácter también práctico. Se cuenta que estando ad portas de entrar a la universidad, Vial discutía con su maestro qué carrera estudiar. Este último lo incitaba a estudiar Historia, a dedicarse por completo a su gran amor. Vial rechazó su consejo, y se decantó por estudiar Derecho. El Derecho –decía– podía darle algo que la Historia no: trabajar directamente con la realidad. Para él, era necesario bajar un poco de los libros y de la teoría para empaparse de la realidad. Veía una riqueza inigualable en el quehacer práctico para llegar a entender lo demás. En general, no se quedó solo en el diagnóstico –uno de los grandes problemas de los intelectuales de hoy–, sino que se “ensució las manos” trabajando para solucionar los problemas que veía.

Cuando hablamos de Gonzalo Vial, por tanto, hablamos de un hombre que concibe la historia integrada a un principio superior; principio superior que lo lleva también a dedicarse con ahínco a muchas otras aristas de la vida: la política, la educación, el periodismo... Quizá lo más interesante de todo es que hablamos de un hombre con muchas y muy profundas inquietudes. Inquietudes que no solo se quedan flotando en su cabeza, sino que son llevadas al campo de lo práctico. Un personaje, en suma, particularmente atractivo no solo por su obra, sino por su misma vida.

Historia vivida y contada

Desde la enorme biblioteca de su abuelo hasta su profunda amistad con Eyzaguirre; todo gatilló en él este amor por la historia. Por esto mismo, además de haber estudiado Derecho en la UC, comenzó a estudiar la Pedagogía en Historia en la misma casa de estudios.

Su tesis, El africano en el reino de Chile, fue ampliamente aplaudida, y hasta galardonada con el Premio Miguel Cruchaga de la Academia Chilena de la Historia. Sin embargo, más allá de las distinciones, el tema de la investigación (un tema situado en la “época colonial” de Chile) esconde uno de los aspectos más interesantes del investigador. En un comienzo, sus estudios se refirieron al comienzo de la historia de Chile. Luego, con el pasar de los años, fue estudiando también el pasar de los años de la historia nacional. Hasta que finalmente, convergieron en un mismo punto su estudio de la historia de Chile, y la misma historia de Chile.

Su participación en el gobierno de Augusto Pinochet, la biografía que escribe sobre el mismo, y aún más su defensa de la inocencia por los cargos que se presentaron en Londres son hechos que han llevado a gran parte de la historiografía moderna a cuestionar su pensamiento, y, consecuentemente, su obra. La más conocida reacción es la que se contiene en el Manifiesto de Historiadores, firmado por destacados historiadores chilenos. La animadversión sólo aumentó con el reconocimiento —sin arrepentimientos— de haber sido uno de los autores del Libro Blanco del cambio de Gobierno, que legitimaba la intervención del 11 de septiembre.

Pero no sólo alcanzó gran rechazo por los adversarios, sino también por los partidarios del Gobierno Militar. Su estadía en el ministerio fue brevísima, al sufrir una acusación constitucional levantada por el líder de la DINA, Manuel Contreras. La razón fue un artículo titulado Faltan 148 chilenos, denunciando las desapariciones durante el régimen de Pinochet.

Años más tarde, en 1990, pasó a integrar la comisión nacional de Verdad y Reconciliación, donde se colaboró con la elaboración del informe Rettig. Y el año 2004 publicó un artículo en el diario La Segunda, en el cual se refiere detalladamente a lo que sucedió con la tortura. Dice, por ejemplo: “En períodos del régimen militar, la tortura fue practicada extensiva e intensivamente, y ello debe merecer una condena sin atenuantes ni disculpas”.

Ninguna de estas cosas, sin embargo, muestran lo nuclear de su visión de la historia. Serán los consensos la clave hermenéutica fundamental de su visión de la historia; “el proyecto alrededor del cual se unifican y canalizan las energías nacionales”. El consenso, explica, se repele con la ideología, porque es realista, es práctico. Por eso, también, “todo consenso tiene luces y sombras, aciertos y errores. En cada uno hay gérmenes de progreso y también de destrucción” (Chile. Cinco siglos de historia, Zig-Zag, 2009, p. 9). Este punto neurálgico de su pensamiento histórico arroja luces también sobre su recepción historiográfica. Gonzalo Vial es un personaje incómodo, justamente porque no se encasilla fácilmente en ideologías. Tiene principios, por cierto: la fe católica en primer lugar. Pero no está arrebatado por utopías teóricas; en ese sentido es un conservador.

Un educador en todo ámbito

El impresionante aumento de la escolaridad que experimentó Chile entre 1964 y 1973 no se condecía con la calidad o los recursos materiales y humanos. La aventura ministerial de Vial duró poco, pero no se agotaron ahí sus esfuerzos por mejorarla.

Se dedicó a estudiar la cuestión educacional, y publicó varios artículos sobre el tema. Dentro de las ideas principales que vemos en ellos, está la no-distinción entre personas. Para Vial, era evidente que todos somos iguales en dignidad y que, por tanto, hay un mínimo de educación que debemos recibir todos por igual. Decir que todos merecen una misma educación, entre otras cosas, supone afirmar que “es un hecho, aparentemente paradójico, pero de una lógica y una verdad aplastantes, que educar a un niño de la extrema miseria es mucho más caro, o debiera ser mucho más caro, que educar a un niño del Tabancura o del Grange School, o de cualquier colegio caro de cualquier sector alto, porque ese niño necesita una mejor educación para superar más barreras”.

Influido también por Eyzaguirre, cuidó mucho del arte de enseñar. Él mismo cuenta en un texto que escribió a propósito de la muerte de su maestro, que este último era un profesor excelente, muy didáctico, preocupado y hasta teatral; que cuidaba con esmero la forma, el tono de voz, las palabras, los silencios… De ahí que tuviese las mismas preocupaciones, para lograr dejar desde la educación una verdadera huella en sus alumnos.

Por otra parte, ejerció como docente por varios años en las facultades de Derecho y de Sociología de la UC, fue decano en Facultad de Historia y Geografía la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación, y posteriormente en la Facultad de Educación de la Universidad Finis Terrae. Además, a partir de 1977 se dedicó a fundar colegios e instituciones de la actual Fundación Educacional Lo Barnechea.

Todo en su vida podría redirigirse a esta misión fundamental: educar. Fue profesor, investigador, divulgador, periodista, gestor educacional… Fue un hombre entregado al crecimiento de los demás.

Cuando hablamos de Gonzalo Vial…

No es un dogmático ni un reaccionario; cuando hablamos de Vial, hablamos de un brillante historiador e intelectual, rigurosísimo en sus métodos, jamás tranquilo con respuestas mediocres, muy completo en su visión de mundo. Incómodo. Práctico. Hablamos de un hombre inspirado desde la teoría, pero con un sentido de realidad abismante. De este modo, cuando hablamos de don Gonzalo Vial, hablamos de un referente tanto desde su obra como desde su vida.