Por Camila Jiménez
Entre las tinieblas del huerto de Getsemaní, Jesús se hallaba agitado. Sacudiéndose de temor acepta la voluntad del Señor, a pesar del miedo que lo acoge, dándonos un vistazo de su fragilidad: “Abba, Padre, todo te es posible, aleja de mí este cáliz; mas no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú.” (Lc 14, 36-37) son las palabras que pronuncia en oración mientras los apóstoles duermen. He aquí el momento en que comienza a cumplirse el vaticinio que anuncia Jesús en la última cena. Dice entonces fiat, así como María; fiat al sacrificio de cargar la cruz que será columna vertebral de su deceso.
Durante la Semana Santa, los cristianos estamos llamados a contemplar el sacrificio de Cristo, entendido como un acto libre de amor en donde Jesús se entrega al dolor para renovar la amistad del género humano con su Creador, haciendo nuevas todas las cosas.
Sin embargo, a pesar de lo fundamental que resulta comprender el mensaje de esperanza que nos otorga la meditación durante la Semana Santa, existen aspectos de la mentalidad del sujeto posmoderno actual que se encuentran en confrontación con las condiciones básicas para vivir la Pascua de Resurreción de forma plena. Vale destacar, (1) la celebración en comunidad y (2) la necesidad del reposo, como formas esenciales para vivir este tiempo de reflexión de la forma que nos pide el Señor. Porque ¿Cómo seremos capaces hacer trascender nuestra apreciación más allá de los hechos y captar los mensajes subyacentes si no apaciguamos el ininterrumpido ritmo del estilo de vida actual? ¿Y cómo podremos cumplir con el nuevo mandamiento de Cristo si en este tiempo de sosiego nos encontramos encerrados en nosotros mismos y no en comunión con el resto?
Él mismo dijo “Que os améis unos a otros; como yo os he amado” (Jn 13:34) mientras se reunía con sus discípulos en la amistad y serenidad a compartir el pan. De esta forma se convoca a los cristianos a vivir la Semana Santa en reunión fraternal y alejados del movimiento incesante de la ciudad, para enfocarnos en las enseñanzas que nos reveló Cristo en su palabra y acción. Esa imitación es la forma más plena de comunión con el Señor, en la cual respondemos recíprocamente al acto de amor, para ser uno con Él. Cristo la cabeza, la iglesia el cuerpo, y todos hijos del Señor.