Juan Enrique Concha y el espíritu de asociación
Nunca está de más hacer memoria de personajes importantes para la historia de nuestro país, más aún en los tiempos difíciles que se viven. Hoy queremos recordar a Juan Enrique Concha, abogado y político chileno que dedicó gran parte de sus energías a promover las leyes sociales y la mejora de las condiciones laborales de los trabajadores en tiempos de la cuestión social.
Juan Enrique Concha, influido fuertemente por la obra de pensadores católicos europeos y por la doctrina pontificia, especialmente por la encíclica Rerum Novarum (1891), se dedicó a la actividad política-social del país: desempeñó cargos públicos como el de diputado y senador, dentro de los cuales se realizaron leyes tales como la creación del ministerio de trabajo y seguridad social, legalización de sindicatos y protección a trabajadoras. Así también, movido por su deseo de contribuir a solucionar el problema habitacional de algunas poblaciones, funda el patronato de Santa Filomena y colabora en la Fundación León XIII.
Además de estas actividades, podemos considerar como su gran cruzada la incansable lucha en búsqueda de la concientización de los problemas sociales y deberes de clases acomodadas en tiempos en los que abundaba la indiferencia y leyes ineficaces ante el problema social. Mario Góngora señala que la primera oleada de socialcristianismo no pasa de ser un conjunto de obras de beneficencia y reformas puntuales; que no plantea un ideal positivo de orden social, cuestionando el régimen parlamentario-liberal. Esa situación, según el mismo Góngora comenzaría a cambiar con Juan Enrique Concha, que convirtió su labor no solo en una búsqueda del cambio en las estructuras sino también en el espíritu.
Rescatar el Espíritu de asociación
En su obra Cuestiones Obreras, Concha recalca la idea de que el hombre por esencia es un ser social; busca de otros tanto para apoyarse como para entregarse. Rescata así la doble razón de la politicidad natural del hombre que ya propusiera Aristóteles: el hombre se une en sociedad por indigencia de su naturaleza, pero también porque en la comunidad política encuentra su propio perfeccionamiento personal. En este sentido, dice que: “Un hecho innegable es que el hombre en las distintas fases de su desenvolvimiento ha buscado siempre en sus demás congéneres la ayuda, el apoyo y la cooperación, pues con su limitado organismo y sus reducidas fuerzas, no encontraba en su propio ser los medios necesarios para conseguir el bien que anhelaba” (Cuestiones obreras, 31).
Esta misma necesidad de asociación y sociabilización deriva en la conclusión de que uno de los buenos usos de nuestra libertad está en el asociacionismo, y particularmente para fundar obras pías y benéficas, ya que en ellas el hombre expande sus virtudes, desarrolla sus cualidades, pero, sobre todo, amplía su capacidad de entrega para con otros. En esta faceta humana, Juan Enrique Concha encuentra el fundamento de la necesidad de las corporaciones y fundaciones del siglo XIX. Será, pues, la misma dinámica de la naturaleza humana la que lleve a Concha a fundamentar las reformas sociales embebidas de un espíritu cristiano: llevad los unos las cargas de los otros. En otras palabras, la mutua colaboración y entrega dentro de las clases sociales.
Algo que probablemente vislumbró
Concha forma parte de la tradición intelectual fundada por Cifuentes, que tiene uno de sus grandes referentes no sólo en la doctrina pontificia, sino en el pensamiento francés, y particularmente en Tocqueville. De ahí que le resultara sencillo identificar el individualismo de las sociedades democráticas, que desvirtúa el espíritu de asociación, y deja a merced del azar y la capacidad estatal a todos los ciudadanos, especialmente a los más desposeídos.
El individualismo atacado por Tocqueville, y por quienes lo esgrimieron con fuerza en Chile —los conservadores, principalmente— lleva a una caída del nivel humano, de la calidad moral y al olvido de las leyes naturales del hombre. El espíritu individualista —contrario al espíritu de asociación que propone Concha— lleva a un uso desvirtuado de la libertad que termina por crear intereses mezquinos, corrompiendo la estructura misma de la unión. Quizá a esto se refería al decir que “cuando se olvidan las leyes naturales y los preceptos de la moral, del fondo del hombre sale una bestia feroz que nada respeta” (Cuestiones obreras, 34). Algo así sucedió en tiempos de la cuestión social cuando, detrás de las llamadas leyes sociales, imbuidas de un espíritu individualista, terminaron por no ser más que letra muerta.
Así es como las fundaciones o asociaciones de este tipo pierden su espíritu; nacieron como “garantía de la permanencia de la caridad, la cual es la perpetuidad de la parte más noble de nuestro ser, el corazón” (Cuestiones obreras, 18), pero terminaron sin ser un aporte y convirtiéndose más bien en un problema.
Enseñanza
Concha bebe de la mejor fuente del derecho romano, que tiene como preceptos estos tres: “vivir honestamente, no hacer mal a otro y dar a cada uno lo suyo”. Cada uno es condición para el que sigue. La justicia es efectivamente dar a cada uno lo suyo, pero eso exige del hombre, en primer lugar, no hacer mal a otro, y como fundamento último, vivir honestamente; estar informado por un espíritu de auténtica caridad y no de individualismo democrático. En esta síntesis de Concha se ve lo mejor de la tradición occidental, cristalizada ya antes que él, pero esgrimida para los nuevos tiempos con maestría y agudeza.
Este grande personaje de nuestra historia nos enseña que la ciencias políticas y económicas no deben ser consideradas tanto en su concepto puramente material, sino también, y más profundamente, con las enseñanzas morales que reposan en el orden, la armonía social, y la misma naturaleza humana, que conduce la libertad al desarrollo de la grandeza de la república a través del espíritu de colaboración, y no en un instrumento para violentar el orden social y natural.
Alejandra Saelzer Benavente
Investigadora Editorial Tanto Monta