Ensayo publicado en Revista Vértice n°1 en agosto 2022.
¿Qué es el conservadurismo? Participar de una tradición
EI conservadurismo es un término histórico. Siendo así, la significación del nombre vendrá por aquello que se entienda por él en cada época. El conservadurismo no tiene "esencia"; es, en cierta forma, un nombre artificial, que no apunta nada real, sino que se puede dotar de contenido de muchas maneras, contradictorias quizá. Esta es una de las razones por las que a Gonzalo Vial no le gustaba que se le aplicara esa categoría.
Ahora bien, los términos históricos no son tampoco etiquetas vacías. Existe algo así como una analogía de los tiempos dentro del concepto, que nos permite dotarlos de contenido de manera no arbitraria: aquello que llamamos tradición. Por eso las etimologías son útiles a la hora de enfrentarse a la investigación. Pues bien, en este ensayo, cuando hablemos de "conservadurismo", estaremos refiriéndonos continuamente a la "tradición intelectual conservadora". Utilizaremos los términos indistintamente, por cuestiones de estilo.
I.
En su texto "Por qué no soy conservador" Hayek reclama que el conservadurismo implicaría una "actitud de oposición a todo cambio súbito y drástico". Más aún:
"La filosofía conservadora, por su propia condición, jamás nos ofrece alternativa ni nos brinda novedad alguna. Tal mentalidad, interesante cuando se trata de impedir el desarrollo de procesos perjudiciales, de nada nos sirve si lo que pretendemos es modificar y mejorar la situación presente. De ahí que el triste sino del conservador sea ir siempre a remolque de los acontecimientos. Es posible que el quietismo conservador, aplicado al impetu progresista, reduzca la velocidad de la evolución, pero jamás puede hacer variar de signo al movimiento" [2].
La visión del austríaco nos ayuda a explicar lo que pretendemos en este ensayo. ¿Es el "triste sino" del conservador un quietismo que va contra la marea de la historia? Este mismo planteamiento ya tiene bastante el asunto. La cuestión es clara en todo el pensamiento de Hayek, y no deja de estar presente en este texto: su teleología histórica. Un elemento compartido con el progresismo y el marxismo, y que el conservador rechaza categóricamente en su planteamiento inmanente.
Continúa Hayek con su texto, explicando que "el liberalismo ni ahora ni nunca ha mirado atrás. Aquellos objetivos a los que los liberales aspiran jamás en la historia fueron enteramente conseguidos [...]. Es más: allí donde el desarrollo libre y espontáneo se halla paralizado por el intervencionismo, lo que el liberal desea es introducir drásticas y revolucionarias innovaciones". Es quizá aquí donde podemos comenzar a hacernos una idea de la mentalidad conservadora: sí, mira atrás, y se opone a "drásticas y revolucionarias innovaciones".
El conservador no cree en el conservadurismo como el marxista cree en su utopía socialista. El conservador, más bien, participa de una tradición que lo conforma. Este es el gran fundamento del pensamiento conservador. En sí mismo, es un axioma político. ¿Qué quiere decir esto? Básicamente que es un modelo sobre el cual se trabaja, y cuyas premisas no se ponen en cuestión. Veámoslo con un ejemplo. Foucault sostiene que toda relación esconde siempre una dominación. ¿Puede probarse que esa tesis está equivocada? No. ¿Puede probarse que es correcta? Tampoco. Simplemente se postula. Luego decidimos si le creemos o no. Yo no puedo probar que mi madre ha entregado sus proyectos juveniles por mí, y no como una mera estructura de dominación. Es simplemente algo que me parece muy claro en el día a día. Podemos agregar otro ejemplo que esclarece aún más la cuestión. David Hume explica que, si somos rigurosos, no conocemos sino aquello que afecta a nuestros sentidos.
Siendo así, no tenemos de dónde sacar una noción como la causalidad. Si yo pongo mi mano al fuego y me quemo, simplemente acontece que (i) hay fuego, (ii) mi mano está sobre el fuego, y (iii) mi mano se está quemando. De ahí a decir que mi mano se quema por el fuego hay un salto que la razón no puede sostener de modo necesario. En este punto, Hume tiene razón, sin embargo, los seres humanos preferimos alejar nuestras manos del fuego. Es una opción creer en la causa, así como creer en la amistad o en el amor conyugal.
Lo recibido se recibe como un don, no como una dominación. Pensemos en algunas cosas que hemos recibido: el lenguaje, la cultura, la esperanza... Cuando Tito Livio se enfrenta al desastre de la república tardía, decide escribir Ab urbe condita, su gran obra. Las razones las explica en su prefacio:
«Estos otros son, para mí, los que deben ser centro de atención con todo empeño: cuál fue la vida, cuáles las costumbres [quae vita, qui mores], por medio de qué hombres, con qué política en lo civil y en lo militar fue creado y engrandecido el imperio; después, al debilitarse gradualmente la disciplina, sígase mentalmente la trayectoria de las costumbres [mores]: primero una especie de relajación, después cómo perdieron base cada vez más y, luego, comenzaron a derrumbarse hasta que se llegó a estos tiempos en que no somos capaces de soportar nuestros vicios ni su remedio. Lo que el conocimiento de la historia tiene de particularmente sano y provechoso [salubre ac frugiferum] es el captar las lecciones de toda clase de ejemplos que aparecen a la luz de la obra [omnis te exempli documenta in inlustri posita monumento intueri]; de ahí se ha de asumir lo imitable para el individuo y para la nación, de ahí lo que se debe evitar, vergonzoso por sus orígenes o por sus resultados" [4].
El pasado tiene algo de terapéutico. No sólo porque nos ayuda a no cometer los mismos errores, sino principalmente porque nos dota de esperanza, y enfervorece nuestros ánimos con paradigmas. Pongo un ejemplo. Cuando un niño intenta subir una escalera y se cae, vuelve a intentarlo, seguramente con el mismo resultado. A la tercera o cuarta vez, muy probablemente se rendiría, y captaría, por experiencia, que no se puede. Sin embargo, sigue intentándolo. ¿Por qué? Porque ve que otros pueden. La esperanza del ejemplo vence la frustrada experiencia personal. Algo similar es lo que hacían los romanos trayendo a la memoria los ejemplos de los antiguos y sus costumbres. Hacían desfilar a Cincinato, a Camilo, a Mucio Scaevola... precisamente con el objeto de llenar de ánimo a los hombres para ser mejores.
No se intentaban "revoluciones" con modelos teóricos y utópicos, sino que se recurría a la terapia de la historia para hacer mejores a los hombres. Es lo que encontramos en Cicerón, al hablar de la república romana: que no ha sido constituida por el ingenio de uno, sino por el consenso de muchos; ni fue conquistada en una generación, sino a lo largo de los siglos [5].
II.
Los romanos -y este es un aspecto central del conservadurismo también- desconfiaban de las estructuras en favor de los hombres. De ahí que, al enumerar los preceptos del derecho, Justiniano comienza con la vida honesta: iuris praecepta sunt haec: boneste vivere, alterum non ladere, suum quique tribuere [los preceptos del derecho son estos: vivir honesta-mente, no hacer mal a otro, y dar a cada uno lo suyo]. Lo primero es vivir honestamente. De otro modo, "hecha la ley, hecha la trampa" como reza el sabio adagio criollo. Si queremos aspirar a que cada uno reciba lo suyo, antes necesitamos no hacernos mal unos a otros, y para eso, en último término, necesitamos de la virtud, tercer aspecto relevante para la tradición conservadora.
Lo bueno que tiene la historia es que respeta la prudencia humana y al hombre como agente único realmente enterado de su propia circunstancia personal, concreta, vital. De esta manera, la historia no ofrece preceptos [praecepta], sino ejemplos [exempla] en orden a la imitatio. Dejo únicamente el término latino, porque la imitatio no es lo mismo que la imitación. La imitatio es un "actuar como lo haría...". Es lo más alejado posible a esos nefastos "manuales del confesor" del siglo XVII hispanoamericano, que pretendían descender hasta la casuística mas descabellada. La rehabilitación de la prudencia fue elevada a teoría con Aristóteles, pero rige en la facticidad de la vida desde que hay conciencia.
Puede verse con lo ya expuesto hasta ahora, qué lejos se está de la idea hayekiana, según la cual para el conservador "el orden es, en todo caso, fruto de la permanente atención y vigilancia ejercida por las autoridades". La admiración por el pasado no es tributaria de un deseo de control -utopía lejana al conservadurismo-, sino justamente de un deseo de cuidado del don recibido: el lenguaje, las instituciones, la cultura, la belleza... realidades que, parafraseando a Scruton, toman siglos en construirse y segundos en destruirse. Pero tal cuidado pasa por crear las condiciones para la virtud, lo cual tiene su complejidad. La virtud es una acción interna; es gozarse en la elección de lo bueno, y no simplemente hacer lo bueno. Podemos pasar toda una vida haciendo siempre cosas buenas sin ser buenos en realidad. La virtud, así como la tradición, implican una aceptación interior, una captación intelectual de aquello que se considera bueno y valioso. Pero lo recibido se recibe siempre al modo del recipiente, como nos enseñan los medievales. La forma en que recibe a Homero un ateniense del siglo V no es la misma que un francés del XIX, y menos a la de un chileno de nuestro siglo (si acaso se tiene noticia de él). Es en la interiorización de la tradición donde se da el despliegue de la creación, y no en su rechazo de plano. De hecho, cuando creemos ser muy originales por pensar "fuera de la tradición", usualmente no hacemos otra cosa que terminar cayendo en proyectos fracasados de nuestro devenir. Basta ver las "nuevas herejías", todas las cuales pueden encontrarse ya desarrolladas antes del siglo III.
III.
Quizá lo más llamativo del texto de Hayek es que sostiene, al mismo tiempo, que "el conservador es esencialmente oportunista y carente de principios generales" y que "[el conservador] considera natural imponer a los demás sus valoraciones personales". Cosa curiosa, puesto que, si es esencialmente oportunista y no tiene principios, ¿qué habrá de imponer a los demás? Hayek se adelanta a esta crítica y especifica que tiene principios "morales" pero no principios "políticos" que le permitan "co-laborar lealmente" con posturas morales diversas. Lo cierto es que el conservador sí tiene principios, no sólo morales, sino también políticos. Más aún, tiene principios políticos porque tiene principios morales. También es cierto que la formulación de Hayek es tramposa, puesto que el liberalismo, bajo el pretexto de "no imponer", termina imponiendo como única alternativa válida su propia visión del mundo. Hayek se precia de que el liberalismo está exento de principios morales -cosa absurda e imposible-, y que sólo se maneja en base a principios políticos. ¿No es esto justamente oportunista y carente de principios? Parece la definición misma de un camaleón, o, peor, de las doctrinas de Maquiavelo.
Sí, el conservadurismo cree en la verdad. Es otro de los axiomas de los que parte. ¿Desde cuándo se volvió esto tan absurdo? Bien rápido se convirtió Chesterton en profeta. Creo que en este punto el liberalismo muestra su esencia más íntima. La confianza en las estructuras más que en las personas, y la idea de que en moral no hay sino "valoraciones", todas ellas válidas, y no verdad y error; estos puntos dan cuenta de lo siguiente: el liberalismo es una forma política más del materialismo. ¿Qué busca Hayek? Limitación del poder y punto. Busca que se cumpla la condición necesaria para que operen las fuerzas del mercado, que poseen una magia que no se ha visto ni en las irrupciones más notables del león de Narnia.
Vayamos por un momento a la Política de Aristóteles. Para el estagirita, la ciudad surge por las necesidades de la vida, pero subsiste para vivir bien. Esto quiere decir que la comunidad política puede entenderse por indigencia, pues el hombre no es capaz de subsistir por sí mismo, como puede el cangrejo o la iguana; pero también por excelencia, en cuanto que el mayor perfeccionamiento del hombre se da en la comunidad política. La razón es relativamente sencilla: la comunidad es condición de posibilidad para la palabra, y la comunidad perfecta sobrepuja el lenguaje hacia mayores alturas que la familia o la aldea. En la altura del lenguaje, se encuentra también la altura del pensamiento, el aspecto más propio del ser humano.
En breve: la intimidad del hombre será mayor en la medida que el lenguaje sea más amplio y fino. Uno podría ir más allá, y decir que la misma indigencia de la criatura humana se explica desde la excelencia del lenguaje, pero dejemos esto para otra ocasión. Digamos únicamente que el lenguaje, así como la comunidad política, son fruto del traspaso de los siglos, como defiende de Maistre.
Es por ello que podríamos calificar al conservadurismo como "socrático". Sócrates se levanta contra los sofistas, que fundamentaban su labor mediante una crítica relativista de la tradición. Sócrates no es un relativista frente a la tradición, pero tampoco acepta pasivamente la doxa de su tiempo. Busca volver reflexivamente sobre sus propios prejuicios para someterlos a examen, y vivir la vida más alta de la que sea capaz. Esta es, desde el origen, la doble cara del conservadurismo: una veneración por la tradición porque es el material sobre el cual se piensa (la materia misma del pensamiento, dirá Hannah Arendt); no aceptándola pasivamente, sino integrándola de forma activa a través de una asimilación crítica que la hace crecer y desplegarse de siglo en siglo.
IV.
Cuando Werner Jaeger introduce su Paideia, explica que "el espíritu humano lleva progresivamente al descubrimiento de sí mismo, crea, mediante el conocimiento del mundo exterior e interior, formas mejores de la existencia humana [...] y exige organizaciones físicas y espirituales" [7].
La frase de Jaeger puede confundir, y llevarnos a considerar la historia de modo ilustrado, como una progresión infinita. No es así. El mismo Jaeger, al justificar la importancia de un estudio sobre Grecia explica que los griegos fueron un "comienzo" no solamente temporal, sino ἁρχἠ, origen o fuente espiritual, al cual en todo grado de desarrollo hay que volver para hallar una orientación [8].
La vuelta al origen es una condición para avanzar; no porque se traten de retomar modelos pasados, sino porque otorgan orientaciones sobre (1) lo que de hecho -y no únicamente en tratados filosóficos- ha funcionado, y (2) sobre la naturaleza del ser humano.
Aristóteles describe bien en su filosofía práctica lo que el hombre debería ser, y lo hace basándose en los escritos de los poetas y los historiadores, no meramente desde elucubraciones; sin embargo, la esencia misma del hombre se ve más clara cuando está en marcha. Se ve más clara a través de la dimensión esencialmente narrativa de la persona humana -aspecto indispensable de la reflexión con-servadora, por cierto. Más claro que en los preceptos de la filosofía moral, la naturaleza humana se encuentra en Homero, Livio o el libro de los Reyes.
Es por eso tal vez que, en Aristóteles, la reflexión sobre el régimen político se da con bastante "modestia". Si bien toma la comunidad política como condición necesaria para el perfeccionamiento del hombre, no hace depender éste de aquella de modo completo. La perfección del hombre se alcanza necesariamente en la comunidad política, pero no por la comunidad política. Es condición necesaria, aunque no suficiente. El punto es que la naturaleza es fin, y la perfección del hombre está en buscar esa perfección en la actividad, pero en último término es una búsqueda personal por la areté; término que no es un símil completo de la virtus romana, pero que se acerca en lo fundamental.
La introducción de una religión no estatal profundiza la modestia con respecto al régimen, llegando a hacer decir a san Agustín "¿qué importa bajo qué imperio vive el hombre destinado a morir, mientras sus gobernantes no le obliguen a realizar acciones impías e inicuas?" [9].
V.
El conservadurismo no es un "sistema" de pensamiento, sino, como ya decíamos, la participación en una tradición. Esto tiene consecuencias bien prácticas. En primer lugar, que la tradición no comienza ni termina con nosotros. Somos traductores. Conocemos los principios "morales" de los que habla Hayek, pero estos no son principios que funcionen como una ecuación matemática. Claro que hay que decir la verdad, pero, ¿debo confesar que escondo un judío frente al soldado nazi? Las decisiones concretas no dependen de una derivación racional ni de una orden de partido. Dependen, como dice Aristóteles, de actuar prudentemente. Por eso es tan relevante la historia, escuela de prudencia personal y política.
En segundo lugar, al participar de una determinada tradición, se valoran ciertos aspectos que no son
"esenciales". No está inscrito en la naturaleza humana que utilicemos servilletas en vez de la manga de la chaqueta; es una convención social. Es cierto, pero es una convención social que valoramos, y por ello la mantenemos. Al mismo tiempo, la distancia entre nuestros tiempos y los que han transcurrido nos sitúan en una constante "tensión histórica" que nos obliga a cuestionar la tradición, y rechazar o reafirmar, pero nunca vivir según la corriente...
Puede causar esto risa, pues la caricatura es que el conservador vive justamente de la corriente. Habrá que pensar si las modas de nuestro tiempo no son un dejarse conducir por la actitud inauténtica que explica Heidegger.
Hay muchos otros aspectos de la tradición intelectual conservadora que deben ser atendidos antes de rechazarla de plano como un "quietismo de triste sino": la noción de límite, el escepticismo ante la acumulación del poder y hacia la centralización, la relación con la tierra, el peculiar caso de Burke, tan ilustrativo... Su desarrollo en estas páginas dependerá de la paciencia de los editores de los próximos números de Vértice.
[2] Todas las referencias de este texto pueden encontrarse en: F. A. Hayek, "Why I am not a Conservative" en The Constitution of Liberty. The Definitive Edition (Chicago: The Uni-versity of Chicago Press, 2011), pp. 519-533.
[3] Cosa distinta es la visión teológica de la historia, de la que el hombre permanece ignorante hasta la consumación de todas las cosas, y que, por lo tanto, no tiene mayor relevancia política.
[4] Tito Livio, Ab urbe condita, Praefatio. Disponible en www.thelatinlibrary.com
[5] De Rep. II.2: nostra autem res publica non unius esset ingenio sed multorum, nec una hominis vita sed aliquo constituta saeculis et aetatibus.
[6] Al menos desde lo que Karl Jaspers llama la "época axial" (c. 800 a 200 a.C.), donde despierta la conciencia individual contra la "estatal" en diversas latitudes con Sócrates, Zaratustra, Isaías, Confucio y Buda.
[7] Werner Jaeger, Paideia: los ideales de la cultura griega (México: Fondo de Cultura Económica, 2007), 3.
[8] Jaeger, Paideia, 4-5.
[9] San Agustín, De civitate Dei V.17.