Girard y la Antropología
René Girard (1923-2015) es un pensador difícil de encasillar. Historiador, crítico literario, filósofo de las ciencias sociales, antropólogo, escriturista… El libro que aquí se reseña, fruto de una serie de conferencias dadas en la Biblioteca Nacional de Francia, es una buena muestra del objeto y método que atraviesa toda su empresa intelectual.
El libro comienza con un análisis del estado de la antropología como disciplina. Las preguntas de las que surgió, afirma Girard, se han abandonado por su carácter prácticamente irrealizable, por su desmedida ambición teórica, “hundiéndola en una rutina bastante decepcionante”.
La verdadera causa del declive de la antropología, sin embargo, no sería el carácter desmedido de sus preguntas iniciales, sino la burocratización y el provincialismo de una investigación cada vez más limitada a lo local y a lo particular. Consecuencia natural de esa evolución es la pérdida del sentido originario de la antropología, y su estado de declive.
Girard no habita acríticamente su disciplina, sino que la retoma desde el fundamento mismo, para, desde ahí, proponer una reflexión abierta y atrevida. Es consciente de la inmensidad del fenómeno al que se aproxima, de modo que no pretende encarcelarlo en métodos pseudocientíficos, sino aproximarse con la humildad y reverencia de quien se sabe inferior. La realidad siempre superará nuestras capacidades explicativas.
En esta empresa, por tanto, la reflexión cambia. Los padres de la antropología soñaban con elaborar una teoría definitiva que explicara por qué, en las culturas más diversas, a excepción de la cristiana y del mundo moderno que surgió de ella, los hombres siempre han inmolado víctimas a sus divinidades. No debe descartarse la pregunta por su preliminar fracaso. Debe buscarse con mayor profundidad.
El sacrificio, origen de las culturas
El punto de partida de Girard es el estudio de los Bráhmanas, textos de la antigua literatura de la India compuestos en sánscrito antiguo, entre el 900 y el 500 antes de Cristo, y que comentan los Vedas, explicando los sacrificios y rituales.
En ellos encuentra el fundamento de su intuición fundamental: el sacrificio está en el origen de la cultura humana.
Todos los Bráhmanas tratan del mismo tema: la rivalidad entre Debas y Asuras —dioses y demonios—, en torno a un objeto imposible de compartir, por su carácter abstracto (el tiempo, el lenguaje, etc.). Lo que interesa a Girard de estas narraciones es la conceptualización del deseo como una imitación perpetua del deseo del otro. A diferencia de los simples apetitos, el deseo es un fenómeno social que se inicia con un deseo previamente existente, el deseo mayoritario, por ejemplo, o el de un individuo que tomamos como modelo, sin ni siquiera darnos cuenta, porque todo el mundo lo admira… Esta es una idea que venía desarrollando cuarenta años antes de El sacrificio, y cuya descripción más notable, a mi juicio, se encuentra en su primera obra: Mentira romántica y verdad novelesca (1961).
Este es el origen de lo que Girard llama su ‘teoría mimética’, según la cual, las rivalidades sólo pueden crecer y dirigirse hasta el paroxismo de la autodestrucción de las comunidades. El odio comienza a prevalecer por sobre el deseo del objeto. Este es el momento en que hace su entrada el sacrificio. Los rivales se unen por el odio a un enemigo común. Se van conformando alianzas que alimentan el deseo mimético hasta llegar a un único individuo en el que se concentran todas las animadversiones y que parece de pronto como el único responsable de la catástrofe: el chivo expiatorio. En su muerte encuentra la sociedad su reconciliación.
Con el sacrificio del enemigo común se establece la tranquilidad, aunque aún con la inquietud de un fundamento endeble. Es entonces cuando se diviniza la víctima, por su poder reconciliador, y se convierte en una figura salvífica. Todas las comunidades humanas, sin embargo, se dan cuenta de que los efectos beneficiosos del crimen fundacional no duran para siempre y se esfuerzan por renovarlos inmolando, sobre el patrón de aquel crimen, a nuevas víctimas elegidas deliberadamente para ese papel. La invención del sacrificio ritual debe ser la primera iniciativa propiamente humana, el punto de partida de la cultura religiosa, la única específicamente humana. El modo de mantener la paz es ahora la sustitución ritual del sacrificio original, con la esperanza de que la misma causa producirá los mismos efectos.
Así, el sacrificio es un esfuerzo para engañar el deseo de violencia al pretender, en la medida de lo posible, que la víctima más peligrosa, la más fascinante, por tanto, sea la del sacrificio antes que el enemigo que nos obsesiona en la vida cotidiana.
Sobre esa estructura, todas las instituciones culturales pueden (deben) interpretarse como transformaciones del sacrificio: funerales, matrimonios, rituales de iniciación, educación, poder político...
Lo mítico y lo bíblico
El gran punto de quiebre en la historia de la cultura se encuentra en el judeocristianismo y de modo particular en los relatos evangélicos de la Pasión de Jesús.
También se observa el mimetismo conducente a la creación de un chivo expiatorio: los mismos que claman pidiendo la crucifixión de Jesús son los que lo habían recibido con vítores cuatro días antes, en la entrada en Jerusalén.
Se replica la estructura de las religiones arcaicas, pero de un modo completamente distinto. Aquí se encuentra otra de las genialidades del autor. La razón por la que no se ha visto el abismo que separa lo bíblico de lo mítico, explica, radica en el influjo de un viejo positivismo que se imagina que, para ser realmente diferentes, los textos deben referirse a asuntos diferentes. Sin embargo, explica Girard, la diferencia fundamental no radica en el acontecimiento relatado, sino en la manera de representarlo.
En lo bíblico se rompe con el secreto arcano de las religiones arcaicas, por medio de la transparencia total del carácter criminal del sacrificio originario. Lo bíblico rompe por primera vez con la mentira cultural por excelencia, hasta entonces oculta, de los fenómenos de chivo expiatorio sobre los cuales se ha fundado la cultura humana.
En los mitos, el mimetismo es esencial, pero debe deducirse a través de indicios indirectos. En los evangelios, en cambio, es manifiesto. Ahora bien, una vez que el chivo expiatorio aparece en su calidad de tal, como ocurre en los evangelios, pierde toda su credibilidad y eficacia
Esta es la gran novedad del cristianismo, y lo que constituye la diferencia esencial, y no solo de grado, entre lo mítico y lo bíblico. Ahí donde se implanta el Evangelio, los sacrificios se debilitan y desaparecen, ya no puede surgir ninguna religión arcaica nueva. Se deconstruyen los mitos y se destroza el carácter violento y criminal latente en todas las religiones arcaicas. Se revela lo religioso de forma totalmente diferente y sin embargo inseparable de su antigua forma.
Por Ignacio Stevenson.